Desde hace años ando un poco indignada con el tema de las novelas clónicas: esas que explotan hasta la náusea una fórmula de (relativo) éxito entre el público, ya sea por la temática, por el género, por las modas recurrentes a las que nos apuntamos (casi) todos, o porque un crítico de renombre dijo que aquéllo era lo que había que escribir para hacerse rico.
Ya me ves aquí, a punto de empezar mi sexta novela y sin ningún propósito claro y rotundo de hacerme rica... No, si no puedo escribir lo que quiero como quiero. El qué y el cómo; el contenido y la forma; la histora y la narración.
Aunque no aspiro a ningún premio a la originalidad, siempre he intentado que mis novelas fueran diferentes unas de otras, y ésta también tiene el sano objetivo de destacar por encima de sus hermanas mayores.
Durante este último mes le he dado muchas vueltas a cómo quiero contar esta historia; todavía sigo peleándome con la almohada porque no nos acabamos de poner de acuerdo con la primera y la tercera persona, con el presente y el pasado, con el estilo desenfadado de una novela actual o el estilo profundo y denso de un drama que persigue conectar con las emociones más escondidas del lector. Y aún no me decido por una cosa u otra.
Hay muchos autores que improvisan sobre la marcha, y si bien es cierto que, llegado un punto, pongamos la página 127 por decir algo, la novela sigue su curso sola y adquiere vida propia al margen de los deseos e ideas preconcebidas de su autor, a mí lo de improvisar siempre me ha puesto de los nervios, me gusta tener las cosas controladas, más o menos; intento ser flexible porque la vida y Murphy me han demostrado que cuántos más planes haces, más se tuercen y más cosas raras pasan, y sin embargo soy de las que hacen esquemas y listas, e incluso mapas, para tener a sus personajes localizados en todo momento, para saber qué hacen, cuándo, dónde y cómo.
El otro tema que, después de casi 20 años, sigue llevándome por la calle de la amargura son las descripciones; de todo tipo, sobre todo aquellas que se refieren a cosas cotidianas, como un parque, una calle, un evento social o una manifestación de tintes políticos.
Hablando de política, aviso a navegantes: esta novela es muy políticamente incorrecta; si no quieres que te digan a la verdad a la cara, mejor olvídate de ella; sobre todo si eres autor novel y tienes ideas preconcebidas sobre tu condición. Porque aquí, a través de nuestros héroes urbanos, vamos a denunciar muchas actitudes, comportamientos, reglas escritas (y no escritas) y vamos a vapulear conciencias.
Probablemente no te guste; a Eva, nuestra protagonista, tampoco. Pero, créeme, cuando llegues al final me lo agradecerás (al igual que ella). Porque aunque el éxito es muy goloso y tentador, dormirse en él puede ser muy perjudicial, sobre todo en un momento en que levantas una piedra y salen cincuenta escritores creyéndose el próximo Premio Nobel de Literatura. La competencia es brutal y las nuevas tecnologías la recrudecen aún más; por ello, si crees que ya has llegado a lo más alto y no te queda nada por aprender, ni nada nuevo que explorar, tienes los días contados como autor.
Parece una obviedad, me vas a decir que tú eso ya lo sabes, que no sé con quién estoy hablando, que a ti eso no tengo que decírtelo. Obvio o no, lo cierto es que la experiencia, y lo que llevo leyendo en estos últimos meses en las redes sociales y en los blogs me demuestran que la gente olvida muy a menudo de dónde viene, y eso la desorienta y pierde el Norte, pierde de vista los objetivos principales, y sus metas, que un día fueron claras, se van haciendo cada vez más oscuras y confusas.
Le decía el otro día a mi sobrina que este mundillo es una casa de putas, cada día más, donde lo único que importa son los índices de ventas (manipulados o no) y los royalties... Y al mismo tiempo, somos títeres en manos de una "masa" de gente que nos controla y nos marca un camino, y a menudo no nos enteramos hasta que es demasiado tarde para retroceder y rectificar.
Sí, lo has adivinado, las redes sociales y los blogs y páginas web dedicadas en todo o en parte a la literatura van a ser mi fuente de información más preciosa y preciada en los próximos meses. De ahí voy a beber para trazar un mapa detallado de un micro-cosmos que se alimenta a sí mismo; que a veces se atiborra de "dulces" y otras se envenena con su propia hiel. Porque aquí, al igual que en la música y el cine, empieza a ser más importante Quién eres en detrimento de Qué escribes. Y cuando hablo de "quién eres", me refiero a tu vida privada, esa que solo es cosa tuya, y nada tiene que ver con tu literatura.
Hace una semanas ponía una publicación en mi muro de Facebook.
Decía así:
"A un autor solo le pido un libro bien escrito. Su vida privada y sus luchas personales no me interesan. No voy a casarme/convivir con él/ella. Solo voy a leer su obra."
Y me interesará en la medida en que sea suya y solo suya; en que pueda verlo/a a través de esas páginas; si no me suenan a nada o me suenan a lo mismo de siempre, a lo mil veces leído, probablemente no le dé una segunda oportunidad.
Porque tengo la "mala" costumbre de comprar los libros que leo, porque no espero que nadie me regale nada por "mi cara bonita" y porque no me duelen prendas de pagar 15 o 20 euros por una novela, sí exijo calidad, sí exijo compromiso, sí exijo una cierta dosis de riesgo y valentía por parte del autor. Quiero se moje, que se signifique, que levante la mano y dé la cara. Y eso es aplicable a todos los géneros y temas, sin excepción.
Yo me comprometo a escribir lo mejor que sé, me comprometo a darte lo mejor de mí como autora.
A cambio, como lectora, quiero también lo mejor de cada autor.